
Por fin hemos tenido una noche fresca en Madrid, y he tenido que cerrar la ventana y arroparme en la cama para poder dormir.
El calor me pone de mal humor y además orejeras que no me dejan ver las bellezas de Madrid.
Esta mañana tempranito bajaba caminando hacia la biblioteca en la que trabajo, y me he fijado, por primera vez en muchos días, de lo precioso que estaba el Parque del Oeste: tenía todos los matices del verde y del dorado que le proporcionaba la primera luz del día. ¡Menuda colección de árboles soberanos!
Yo no soy muy aficionada a la naturaleza, y mis costumbres y rutinas se adaptan mejor y se sienten a gusto en el centro de las ciudades; seguramente se me habrá contagiado algo de mis lecturas del blog del granjero huraño que me recuerda, a veces, al abuelo de Heidi aunque no sea tan mayor. Se lo recomiendo a todo el mundo. Se llama Mensajes de Nindirí, y está escrito hace algunos años pero tiene plena actualidad.
Me gusta leerlo porque para mí, aunque haya estudiado geografía, siempre me ha abrumado la naturaleza; en los bosques y montañas siempre me he encontrado muy perdida y empequeñecida. He aprendido a sobrevivir en las ciudades -siempre con un plano en el bolsillo- y me atrevo con cualquier ciudad: Londres, París, Nueva York o Los Ángeles -esta última es la que casi pudo con mi soberbia de urbanita.
Quizá no sea tarde para dibujar mi propio plano de... la naturaleza.
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