miércoles, 11 de marzo de 2009

Por qué no hay que ir al Festival de Jerez

La única razón por la que no hay que ir al Festival de Jerez es bastante tonta.

Después de varios años de frecuentar Jerez de la Frontera durante las fechas del Festival, me he dado cuenta del peligro que se corre: aficionarse al ambiente y convertirse en una más de las figuras extravagantes que se pasean por los espacios flamencos de esa ciudad y que año tras año, reinciden, reaparecen y vuelven a mostrar sus manías y debilidades.

Yo ya no tengo salvación, pero quizá vosotros sí. Me he destacado lo suficiente para formar parte de la galería de freakies del Festival de festivales.

Desde el primer año que puse los pies en Jerez -debió ser por el año 2002- sigo viendo, año tras año, a algunos de estos personajes que me llamaron la atención entonces y que me siguen extrañando ahora.

No voy a hacer un relato completo de mis extravagantes festivaleros. Sólo mencionaré a dos de mis favoritos.

El más llamativo es el matrimonio francés que se sientan, año tras año y todos los días del festival, en las mismas butacas del Villamarta sin cruzar palabra. No sé muy bien porqué pienso que son matrimonio ni porqué son franceses, pues no creo haberles escuchado hablar nunca. Allí estaban en el 2002 y allí estaban los tres días del 2009 que estuve en el Teatro... y también todos los años intermedios: centraditos en su fila 5. Deben tener un abono permanente a esas dos butacas. Voy a proponer que les pongan su nombre a los asientos; así sabremos de dónde son, y si acaso son de Marte.

El grupo más dicharachero eran las tres amigas de Santander: tres damas trajeadas, elegantes y de armas tomar, que dejaban a sus maridos aparcados en casa y en el trabajo durante una semana o las dos del Festival, y se iban a correr una elegante juerga de baile y compás flamenco. Se veía que tenían dinero, y que aquello de Jerez era para ellas una minucia.

Se movían en taxi a todas partes, y como eran tres les debía salir la cuenta. A mí me daba mucha envidia porque yo iba sola, y me faltó poco para pedirles permiso para unirme a sus correrías. Asiduas, como yo, a las tertulias de la Bodega de San Ginés, allí me di cuenta de que arrasaban por donde pasaban, así que me retiré a un rincón para no ser atropellada. Los dos últimos años no hemos coincidido y... las he echado mucho de menos.

Mis propias extravagancias no os las cuento aquí: ya las estaréis viendo con vuestros propios ojos si frecuentáis el blog.

Las razones para ir al Festival de Jerez, no un año o dos sino muchos más, son abundantes y muy decisivas. En esta entrada no voy a hablar más que de una, la más importante para mí: la ocasión de entablar relación y amistad con almas que sienten el flamenco como yo.

Aquí tenéis esa razón, hecha cuerpo, que hace que me compense el desgaste económico, físico y emocional de viajar, año tras año, al Festival de Jerez: los amigos. Os presento a las mejores aficionadas del extranjero: la sordita de Údine y Paquita Chocolatera.


Os quiero mucho, pero no os perdono que el día que me vuelvo a Madrid y os dejo solas, sea el día que decidís continuar la juerga hasta las 5 de la mañana. ¿Qué os he hecho yo? ¿Son mis pies de plomo?

La Triniá de la Frontera

3 comentarios:

Teresa dijo...

Muy divertida tu crónica. Eres incorregible. Espero los siguientes capítulos. Bien venida! Besos.

Anónimo dijo...

Hola cariño, cuentalo todo!!
quien fue la que estuvo una noche bailando en la sala Greco con Tomasito y un carnaval.... y quien ya estaba echa polvo...??
Te desvelo mi secreto y te llevaré un sobre de cafè al gingsen tambien para ti el proximo año(y una sillita de estas portables)!! un abrazo y te espero en italy

Anónimo dijo...

Bueno, sordita.
Lo que me puso como una moto, nada mas llegar a Jerez, fue tu bombón explosivo.

Chicos, nada de anfetas ni porquerías de esas que se meten por la nariz: bombones de café... italianos!!!

Voy a buscar esas cosas en Madrid, y no tener que esperar a los envíos italianos.

La Triniá descafeiná.

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