miércoles, 4 de marzo de 2009

El flamenco nació en el teatro

Artículo aparecido en el Diario de Sevilla (Edición digital) ¡No es mío!

El flamenco nació en el teatro

La editorial sevillana Signatura publica algunos de los hallazgos del grupo de investigación El Eco de la Memoria en la hemeroteca Díaz de Escobar de Málaga


Es una exposición sistemática, razonable y razonada, de los hallazgos llevados a cabo por el grupo de investigación El Eco de la Memoria, integrado por José Luis Ortiz Nuevo, José Gelardo, Miguel López, Eulalia Pablo, Pilar Pérez y el propio José Luis Navarro, además de otras colaboraciones puntuales, en la malagueña hemeroteca Díaz de Escobar. Así pues, debemos considerar esta obra un trabajo colectivo, aunque el que ha ordenado y nos ha presentado las noticias es Navarro. Los hallazgos son muchos, variados, y ayudan a perfilar una historia del arte flamenco en la provincia y capital malagueñas, es decir, del arte flamenco en general. A cada capítulo los tópicos de la vieja escuela flamencológica siguen cayendo y vemos como el flamenco alterna con el cinematógrafo, "agradable recreo" recién descubierto, con algunas películas coloreadas a mano, con barítonos, tiples, compañías cómicas y de baile, etcétera.

Esta sana promiscuidad contrasta con las postales trasnochadas y falsas de un mítico origen rural y étnicamente incontaminado que todavía resulta tan extendido en relación al origen del flamenco. Nuevos nombres que añadir a la nómina de flamencos decimonónicos y de las primeras décadas del siglo XIX nos salen al paso en este libro: la Hija del Loro, en los mismos albores de este arte, el Niño de Coín, Paco de Luna, Dolores Valdivia y un largo etcétera. Muestra de esta convivencia entre artes populares y académicos la encontramos en la garganta del mítico Canario Chico, que lo mismo canta malagueñas que guajiras o romanzas de zarzuelas. Los críticos de la época ponderan sus "maneras finas" y la "excelente afinación" de este cantador célebre. Eso sí, el Canario Chico, como otros intérpretes de la época, se hace acompañar sus malagueñas y guajiras y tangos de piano, lo que evidencia, una vez más deshaciendo tópicos, que el instrumento está unido a nuestro arte en los mismos orígenes del mismo: recuerdo una edición institucional de hace unos años de una de sus guajiras, una modernización en CD de uno de sus cilindros de cera, que lo consideraba un "anónimo tenor", cuando el Canario Chico fue uno de los cantaores más célebres de su época, y calificaba la grabación como "documento anecdótico". También nos encontramos con guitarristas como Adela Cubas, o a señoritas como María Lozano que canta malagueñas acompañándose ella misma al piano, y con unas noticias y gacetillas insertos en las publicaciones de la época que a veces nos presenta Navarro en facsímil. Respecto al repertorio, los cantos y las danzas populares, tradicionales y boleras se alternan con las primeras manifestaciones flamencas, en muchos casos como parte de obras teatrales populares como sainetes, tonadillas, juguetes cómicos, etcétera.

Una época tan fascinante como otras edades míticas propuestas para el origen de este arte, con la ventaja de contar con el respaldo documental que aporta autenticidad y marchamo científico a la teoría. Una época en la que a los cantaores de flamenco se les trataba de don y de "reputados profesores". Con este libro asistimos, en vivo y en directo, a los éxitos de Amalia Molina y al debut malagueño de Pastora Imperio, bailaoras y cancionistas, a los triunfos de Petra Camara, bolera y flamenca, Julian Arcas, académico y jondo, Silverio Franconetti, creador del cante flamenco; el cuadro carnavalero de las Viejas Ricas, la inclasificable Tórtola Valencia, La Argentina, La Niña de los Peines, Vallejo, La Argentinita, Cojo de Málaga, Ramón Montoya, La Niña de la Puebla, etcétera, primero en los teatros, luego en cafés cantantes tan populares como el de Chinitas y en las plazas de toros.

El libro sirve de apoyo documental a la tesis más extendida en los últimos años respecto al origen del flamenco: éste nace en el teatro, fruto mestizo de la escuela bolera, los bailes populares tradicionales andaluces, y el impulso etnicista y gitanista propio del espíritu romántico de la época. En la evolución histórica de este arte hay que darle la vuelta al esquema anterior que ponía el flamenco primero en el café de cante y luego en el teatro. Los cafés cantantes surgen en las últimas décadas del XIX en tanto que a finales de los 40 ya encontramos flamenco en el teatro.

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