miércoles, 1 de abril de 2009

El Arte flamenco ¿machista?... Nanái

Como el flamenco lo siento como algo propio, me pasa que cuando alguien se dispone a hablar mal de él, es como cuando quieren meterse con un herman@ o amig@, que me revuelvo como una leona.

Ayer, en la Sede madrileña del Instituto Cervantes -¡Qué derroche y qué lujo!- asistí a una mesa redonda sobre "Las Mujeres y el Flamenco" que formaba parte del ciclo "Ellas crean", y en la que participaban cuatro mujeres: tres bailaoras -Matilde Coral, Merche Esmeralda y Rocío Molina- y una cantante, según ella, proyecto de cantaora: Diana Navarro.

El acto estaba conducido por el periodista Miguel Mora, que hizo una introducción bastante superficial y algo tendenciosa sobre la evolución del flamenco de mujer. La única fuente que mencionó para ilustrar la pujanza -hasta la República- y luego retroceso del papel de la mujer en el flamenco durante el franquismo, fue el libro de Fernando el de Triana, y la cantidad de mujeres que aparecen en dicho libro con guitarras en las manos. (¿?)

La ronda de intervenciones de las damas del flamenco y la canción allí presentes, fue de lo más elocuente; las sevillanas, cargadas de anécdotas y vivencias; las jóvenes malagueñas, llenas de talento, conocimiento y sensatez. Estas últimas me dejaron, de nuevo, pasmada con su buen saber y hacer.

Miguel nos puso un vídeo de YouTube de La Molina bailando una rumba, que aunque no se veía bien, todo el mundo adivinó la enorme creatividad y el baile impecable de la bailarina. Cuando le llegó el turno a Diana y a su saeta en YouTube -que os pongo abajo- el sistema informático dejó de escucharse bien y el público le pidió que la cantará en directo. La muchacha lo hizo de buen grado y nos dejó a todos con los pelos de punta y el cuerpo estremecido.


Pero a medida que avanzaba el acto y, sobretodo, cuando empezó a intervenir el público -de bastante edad, buenos abrigos y mejor peinados- aquello se convirtió en una sesión de autobombo y de enormes agradecimientos a las autoridades culturales por "descubrirnos" el flamenco.

El Instituto Cervantes no nos descubre nada nuevo, ni a los españoles ni a los extranjeros. La cultura institucional se ha subido a este tren del flamenco, tarde y por interés: no tiene un producto nacional que mejor se venda, fuera de nuestras fronteras, y lo sabe. Allí estaba anoche Miguel Marín, para demostrarlo.

Es el aprecio internacional a esta manifestación artística el que nos ha descubierto, a los españoles, y hace mucho tiempo ya, los inmensos valores de esta creación andaluza. Pues ahora resulta que el Instituto Cervantes se arma caballero para llevar la buena nueva del flamenco a la humanidad ignorante.

Hacia el final surgió uno de los topicazos que más me molestan cuando quieren desprestigiar el flamenco, y sacó el tema el propio moderador de la mesa. Como percibió que el acto también tomaba tintes de reivindicación feminista -siempre por culpa del público- se le ocurrió, de forma oportunista, preguntar a la mesa sobre el machismo en el flamenco.

Aquello ya me revolvió del todo -de la ignorancia y el oportunismo del único hombre de la mesa- y me fui a mi casa dándole vueltas a la posible argumentación de que el flamenco no es más machista que la sociedad en la que se encuadra, sino todo lo contrario.

Y si no, para muestra un botón: ¿qué hacía él allí en vez de mi querida Rosalía Gómez? Rosalía sabe de danza -de toda la danza- más que él, sabe de flamenco y escribe y dirige mesas de este tipo -durante el Festival de Jerez- mejor que él. Pero él es hombre y trabaja para El País. Rosalía es mujer y trabaja para el Diario de Sevilla. Yo tengo claro quién vale más de los dos, pero las autoridades siguen primando las voces masculinas. Los flamencos, no.

Si nos ponemos así, el periodismo, la literatura, las artes plásticas, el teatro... son mil veces más machistas -discriminatorios- que el flamenco.

Es como tildar de machistas a los mineros, porque no hay mujeres picando en los fosos.

La Porverita rebotá.

1 comentario:

Martín Cabeza dijo...

Tienes más razón que un santo. No sé por qué se empeñan en complicarlo todo. Con las cosas tan importantes que se pueden hablar...

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