martes, 7 de julio de 2009

Centenario de Caracol

Hoy, día 7 de julio es San Fermín, pero este año de 2009 -que me perdonen los pamplonicas- es más importante celebrar el centenario del nacimiento de Manuel Ortega Juárez, Manolo Caracol.

Todo el mundo habla de Manolo Caracol, pero nadie se atreve a meterle el diente a su biografía y obra completa.

Es una figura tan grande, que es imposible abarcarla con una sola mirada.

De todo lo escuchado en estos días, me quedo con la poética semblanza del Caracol trágico que conoció y entrevistó José María Velázquez-Gaztelu al final de su vida, y con la metáfora de Canasteros como el particular ruedo en el que Manuel, cantaor y torero, lidiaba cada noche su duende-toro-cante-muerte.

De todo lo leído, estas breves y aquilatadas notas de Juan Vergillos sobre las luces y las sombras de las celebraciones del centenario de nuestro ídolo.

Centenario de Caracol
El 7 de julio se cumplirán 100 años de su nacimiento, efeméride que está pasando sin pena ni gloria
JUAN VERGILLOS | DIARIO DE SEVILLA | 15.06.2009 - 05:00

Fue una de las grandes estrellas de posguerra por su mezcla de flamenco con copla. Bajo la denominación de Estampas y Zambras montó varios espectáculos con los que recorrió la geografía española haciendo pareja con Pastora Imperio, Pilar López o Luisa Ortega y, sobre todo, con Lola Flores.

Esta faceta aflamencada dio pie a la creación de las llamadas zambras, canciones aflamencadas de obsesivo ritmo binario, como La Niña de Fuego de 1949, una de sus creaciones más populares. Manuel Ortega Juárez Manolo Caracol (Sevilla, 1909-Madrid, 1973) creó escuela por su característico estilo vocal afillao, imprimiendo su personalidad a estilos tan variados como bulerías, soleares, seguiriyas y, sobre todo, tientos y fandangos, basados en los de Enrique el Almendro, que inician una tendencia que se aleja del típico fandanguillo operístico. También contribuyó a rescatar estilos poco conocidos como la bulería por soleá de la Moreno.

El arte de Manolo Caracol, siempre fue visceral, anárquico, fuera de toda norma o sistema, incluida la del canon estilístico de la flamencología de la época. Es cierto que cantó los estilos entonces llamados básicos, pero siempre lo hizo a su aire, a su manera, tomándose toda la libertad melódica y sobre todo rítmica que le daba la gana. Tan sólo el neoclasicismo de la Etapa de Rehabilitación le impuso una fórmula, la de la antología enciclopédica, que se plasmó en una grabación que es unánimemente reconocida como lo mejor del Caracol flamenco. No obstante, el título de la obra da fe del carácter personalísimo de la misma: Una historia del flamenco (Hispavox, 1959), la particular historia de Caracol, con la guitarra de Melchor de Marchena. Portento de soleares clásicas dichas a su manera bronca y personal y las falsetas helénicas de Melchor. Cantes de Alcalá y de Juaniquí y unos remates de guitarra que amartillan los tercios. Una joya impagable de poco más de cuatro minutos. Seguiriyas de Manuel Molina y el sello inconfundible de Manuel Torre. Y el fandango personal, tan solemne y tan enjundioso como cualquiera de los otros dos estilos.

Niño prodigio, hijo de Caracol el del bulto, el cantaor se reveló con trece años en el concurso de Granada (1922) y desde entonces hasta su muerte en accidente de tráfico estuvo en primera fila del arte flamenco y de la canción aflamencada.

No existe en el mercado una edición crítica de la obra de Caracol, ni de Una historia del flamenco, ni de ninguna de sus grabaciones clásicas, sino que la mayoría de los CD que del sevillano podemos encontrar hoy en el mercado alternan sin criterio mayor cantes con cantos aflamencados, en ocasiones sin fechar las grabaciones. Tampoco existe un estudio satisfactorio de la obra del cantaor y así seguiremos a la espera de la edición de la biografía que desde hace 20 años prepara José Blas Vega. De esta manera no habrá que llegar al bicentenario para que el gran público conozca a fondo a este creador.

Yo quiero aportar dos momentos de este artista, diametralmente opuestos, en sus apariciones en la serie de Rito y Geografía del Cante: primero, una visión del Manolo Caracol triunfador y "dueño y señor" de su particular "ruedo" que era Canasteros. Y después, una breve interpretación, dedicada a su esposa muerta, en la que vemos un Caracol derrotado y herido, en ese mismo "coso", pero sin más público que su yerno, Arturo Pavón, y su fiel escudero, Melchor de Marchena.

Un momento público, y otro privado en que el artista conmueve en su abandono, soledad y desolación; en que el cantaor canta para sí mismo.



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