No es un encuentro casual o casualidad: es unanimidad.
Hace días que leí esta respuesta de José Luque Navajas a los detractores de su peña respecto a la jondura de Caracol en su etapa teatral y zambrera, y no pude sentirme más de acuerdo con él.
Si pudiera hacer un pacto con el diablo, no le pediría ni belleza ni dominio de las castañuelas; le pediría la inteligencia y el dominio de la palabra y de la argumentación de Pepe Luque -sin que él quedara desprovisto de ellas, por supuesto.
No se puede hacer una mejor defensa de la pureza y jondura de Caracol, que para eso Pepe es y ha sido hombre de leyes y... de letras. (Los subrayados y corchetes, son míos)
"Cuando en el capítulo anterior decíamos que Manolo Caracol había honrado a su selecta casta flamenca, e incluso superado con sus dotes flamenquísimas las excelencias de sus mayores, algunos de mis compañeros de peña ponían en solfa, sobre la marcha, mi afirmación y elogio, recordándome su época teatral en que cantaba con piano y con orquesta, y escenificando estampas preparadas con su pareja Lola Flores.
Ante tan interesante cuestión planteada no quiero pasar de puntillas, porque ni yo puedo permitirme semejante frivolidad ni mis interlocutores se merecen que sea tomado a broma su oportuno planteamiento.
Es cierto que Caracol, en aquella época, protagonizó una proyección teatral del flamenco con sus personalísimas zambras, y que esas músicas habían nacido en un pentagrama y no entre giros espontáneos de cantaor. Pero, sin ánimo de buscar disculpas a contrapelo, quiero destacar su coautoría en aquella música que él, y sólo él, hizo flamenca; lo cual no solamente no es nuevo en la historia del flamenco sino que fue así, aflamencando, como nació [el flamenco].
Queda no obstante en mi ánimo espetado el hecho de la teatralización. Y no niego que ello sea un peligro para la esencia del flamenco, por lo que me inclino a calificar de travesura la voluntaria irrupción de Manolo Caracol en ese resbaladizo terreno. Pero también digo, ya que se habló de pureza, que no por eso Manuel Ortega Juárez perdió esencia flamenca, ni su cante, pese a lo heterodoxo, dejó de ser puro. Y fue su pureza consustancial la que sorteó y burló el peligro que acechaba en aquel atrevido lance.
En este punto debo decir que para mí la pureza en el cante flamenco no está en la forma o en la epidermis de la obra de arte, sino en la enjundia del que canta, en la capacidad taumatúrgica del que es capaz de crear sin proponérselo. Sólo un genio crea. Y genios en el arte, en todo arte, hay poquísimos.
Es un error llamar pureza a la repetición mimética de una melodía anterior. Con eso se deleita al buen aficionado que escucha, se luce el cantaor, no menos bueno, porque no hemos de negarle su mérito. Pero la pureza es un soplo de vida que el cantaor insufla a lo que hace, y que es capaz de animar a un cuadro.
Luis Rosales decía que crear era el resultado de “una sucesión de infidelidades afortunadas”. Ciertamente, afortunadas porque las canta algún privilegiado. Y Caracol lo era, como lo eran Manuel Torre, Antonio el Chaqueta, nuestro añorado Chano Lobato y pocos más"
Ante tan interesante cuestión planteada no quiero pasar de puntillas, porque ni yo puedo permitirme semejante frivolidad ni mis interlocutores se merecen que sea tomado a broma su oportuno planteamiento.
Es cierto que Caracol, en aquella época, protagonizó una proyección teatral del flamenco con sus personalísimas zambras, y que esas músicas habían nacido en un pentagrama y no entre giros espontáneos de cantaor. Pero, sin ánimo de buscar disculpas a contrapelo, quiero destacar su coautoría en aquella música que él, y sólo él, hizo flamenca; lo cual no solamente no es nuevo en la historia del flamenco sino que fue así, aflamencando, como nació [el flamenco].
Queda no obstante en mi ánimo espetado el hecho de la teatralización. Y no niego que ello sea un peligro para la esencia del flamenco, por lo que me inclino a calificar de travesura la voluntaria irrupción de Manolo Caracol en ese resbaladizo terreno. Pero también digo, ya que se habló de pureza, que no por eso Manuel Ortega Juárez perdió esencia flamenca, ni su cante, pese a lo heterodoxo, dejó de ser puro. Y fue su pureza consustancial la que sorteó y burló el peligro que acechaba en aquel atrevido lance.
En este punto debo decir que para mí la pureza en el cante flamenco no está en la forma o en la epidermis de la obra de arte, sino en la enjundia del que canta, en la capacidad taumatúrgica del que es capaz de crear sin proponérselo. Sólo un genio crea. Y genios en el arte, en todo arte, hay poquísimos.
Es un error llamar pureza a la repetición mimética de una melodía anterior. Con eso se deleita al buen aficionado que escucha, se luce el cantaor, no menos bueno, porque no hemos de negarle su mérito. Pero la pureza es un soplo de vida que el cantaor insufla a lo que hace, y que es capaz de animar a un cuadro.
Luis Rosales decía que crear era el resultado de “una sucesión de infidelidades afortunadas”. Ciertamente, afortunadas porque las canta algún privilegiado. Y Caracol lo era, como lo eran Manuel Torre, Antonio el Chaqueta, nuestro añorado Chano Lobato y pocos más"
(José Luque Navajas
Segunda sesión de estudio sobre Manolo Caracol
Peña Juan Breva. 21 de abril, 2009)
Al poco tiempo, leo en Papeles Flamencos una entrevista que Juan de la Plata le hacía, en 1984 al recién fallecido, Parrilla de Jerez -una entrevista vale más que cien obituarios- y aquí tenéis lo que opinaba el jerezano de Caracol.
No quiero poner más argumentos, pero tendríais que escuchar lo que Melchor de Marchena decía de Manolo Caracol en la serie de Rito y Geografía del Cante, o los tertulianos -caballeros de la Orden Jonda- del programa de radio Los Caminos del Cante, que dirige con mano izquierda y diestra el amigo José María Castaño.
No quiero poner más argumentos, pero tendríais que escuchar lo que Melchor de Marchena decía de Manolo Caracol en la serie de Rito y Geografía del Cante, o los tertulianos -caballeros de la Orden Jonda- del programa de radio Los Caminos del Cante, que dirige con mano izquierda y diestra el amigo José María Castaño.
Creo que nadie -ya- puede objetar que la zambra es un cante flamenquísimo, que los fandangos caracoleros pegan unos "pellizcos" que ya querrían algunos cantes jondos en voces miméticas, y que el mejor piano flamenco era el de Arturo Pavón, acompañando a su suegro.
¡Viva Manolo Caracol, el puro!
La Porverita ¿caracolera?
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