miércoles, 14 de julio de 2010

Miguel Poveda en el Cervantes de Málaga

Versátil, honesto, grande
LOURDES GÁLVEZ DEL POSTIGO | MÁLAGA HOY 14.07.2010 - 05:00

Lugar: Teatro Cervantes; Fecha: 12 de julio de 2010; Cante: Miguel Poveda; Piano y arreglos: Joan Albert Amargós; Guitarra y arreglos: Chicuelo; Violín: Olvido Lanza; Contrabajo: Guillermo Prats; Trompeta: Julián Sánchez; Batería: Antonio Coronel; Percusión: Paquito González: Palmas y coros: Luis Cantarote y Carlos Grilo. Aforo: Lleno.

Miguel Poveda es un artista inquieto. También es un artista honesto. Aunque se dio a conocer cantando flamenco, sabedor de sus facultades privilegiadas, se propuso, una vez alcanzada una posición que le daba libertad, introducirse en otros estilos que siempre ha adorado. Pero siempre desde la verdad, sin crear confusión, sin llamar flamenco a lo que no lo es. Simplemente se permite el lujo de cantar lo que le gusta. Y cómo lo canta.

Actuaba por primera vez en el Cervantes, lo que no deja de ser curioso. Empezó con fuerza, pero le notábamos algo frío, con la voz rozada en los graves por culpa -como él mismo explicó- de los cambios de temperatura que provoca el aire acondicionado. Tras un popurrí a capella de coplas engarzadas, se acordó de Farina y Caracol en Vente tú conmigo y Compañera y Soberana. Rocío sonó con aires porteños de tango, maravillosamente arreglados por el genio Amargós y sirvió para que el público quedara subyugado por el catalán.

Tras darle otra vuelta de tuerca al clásico entre los clásicos Ojos verdes, imprimió gran intensidad a En el último minuto y homenajeó al gran Miguel de Molina con La bien pagá, en un derroche de giros aflamencados de pellizco. A partir de aquí, invitando a Chicuelo al escenario, comenzó la parte flamenca del recital con Como las piedras, para dejar al guitarrista, con palmeros y percusionista, interpretando unas bulerías en las que lucir sus grandes virtudes de tocaor.

Los cuplés por bulerías como Dime que me quieres o Y sin embargo te quiero demostraron que él es, ante todo, flamenco. Aquí se produjo la sorpresa y el punto de inflexión del recital: se salió del guión para cantar por malagueñas de Chacón, con una perfecta afinación y modulación, muy bien terminadas, para rematar por jaberas bien hechas en líneas generales, aunque tuviera alguna respiración fuera de sitio.

Pero donde hubo que morir fue en las cantiñas: ¿cómo es posible que cada vez que le escuchamos por este palo nos parezca insuperable y en la próxima ocasión se vuelva a superar? Qué bien dicho el cante, qué recortaítos los tercios, qué dominio del compás, qué oportunos los recuerdos a Camarón, a Chano, a Pinini y el remate por fiesta de Pastora.

Hasta una pataíta se dio, gustándose y revolucionando el teatro, que en pie aplaudió y jaleó al artista. Solo estas cantiñas ya merecen las cinco estrellas. Después de esto, su voz era puro fuego, sus interpretaciones apoteósicas y los asistentes teníamos la sensación de tocar el cielo. Tras los Tres puñales, Tientos del cariño y Embrujao por tu querer, cantó brillantes pinceladas del compositor Antonio Gallardo.

La esperada A ciegas fue una delicia, al piano de Amargós y al doliente violín de Olvido Lanza, anunciando el final. Se hizo poco de rogar y en el bis ocurrió la escena más simpática y casi inevitable: presentó a sus -maravillosos- músicos y técnicos que, ataviados con la camiseta de la selección española, interpretaron Sere...serenito y acabaron la fiesta cantando a coro con el público Que viva España. Pues sí, ole tú y viva España.

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